Tercer poema sin nombre para celebrar la vida
21 de julio de 2012
Hacia mi esmeralda flotante voy volando.
En el mismo rincón de sol y orillas interminables
me apresto a nacer de nuevo
y mojarlo con mi primer llanto.
Ni tuve dudas,
ni lo pensé tanto.
En el patio donde me están esperando,
la hoja enroscá de una mata de guineo
se contrae,
se expande cual mujer de parto
y en ella veo a mi madre convertida en verde,
por amor pujando.
Me deslizo de su vientre-hoja con los pies primero,
por seguir siendo rebelde.
Siento las cosquillas de las plantas al caer,
vestida de nada,
en medio la patria que me recuerda.
¡Y quiero vivir!
y me subo al yagrumo,
quiero saber si sus dos caras aún anuncian la tormenta.
Me arrastran marejadas de colores,
¡y doy vueltas!
Y quiero dibujarme con los tonos de mi tierra
y no sé por cuál de todos decidirme.
Me bajo del yagrumo,
me pinto de yerba-mala,
de yerba-bruja,
de yerba-buena;
las manos de mi madre buscan asirme
mas sigo corriendo,
no puedo ni oírle.
Desde lo alto gritan mi nombre;
sobre mí vuela herido un pitirre.
Su sangre flota como mi alma,
sus gotas rojas mi cuerpo manchan
dejando franjas sobre mi espalda.
Entonces mi madre por fin me alcanza,
y entre sus manos lleva una manta,
mi manta primera,
la que tejió con hilos del cielo
en su regazo verde como palmera.
Se aleja el pitirre,
me deja en sus brazos
y me envuelvo en ella.
El beso...
el beso que me deja en la frente
se vuelve blanca estrella.
Sabe que es momento de dejarme
cobijada en el azul de su manta,
tatuada con la sangre de aquel pitirre,
protegida por el astro que dejó su boca
en medio de mi cabeza.
Mi madre,
mi patria,
dos en una,
y yo definiéndome con ellas.
Momento sublime, tomo a ambas de la mano
entendiendo al fin quién soy,
que mi existencia no es la de cualquiera.
Y en este rincón de sol,
donde se terminan por detrás de una colina
las más oscuras y tiranas noches,
me amarro para siempre al asta que me espera.

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